Este sitio web es una muestra de mi producción fotográfica. Junto a esta primera pestaña introductoria, que contiene algunos textos sobre mí y mi trabajo, encontrarás otras con mis distintas colecciones de imágenes. Éstas se entregan en papel mate (200-250 gr/m2) levemente texturado, calidad museo (papel fine art). Al inicio de la pestaña "Sobre la extrañeza" encontrarás mi cortometraje documental Raíces de Niños, realizado en 2020.
Puedes acceder a las pestañas en el menú de arriba. Si estás interesado/a en alguna de mis imágenes, al final de esta página están mis datos de contacto.
Entretanto, espero que disfrutes la visita.
Nací en 1972, pleno gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Siendo mis padres simpatizantes del MIR, a mis 2 años salimos al exilio, a Barcelona inicialmente, luego a Argel, capital de Argelia, norte de África, país musulmán con un gobierno socialista y laico, donde nos instalamos en 1974. Aunque independizado de Francia en 1962 tras una cruenta guerra civil, en las décadas de 1970 y 1980 la nación mantuvo buenas y fuertes relaciones con su antiguo colonizador (desde 1830).
Mi primera infancia, hasta 1980, se desarrolló en lo que quedaba de Francia dentro de Argelia, país que sigo y seguiré considerando hermoso y mi tierra, posiblemente hasta mi muerte. Pero si es por origen, soy más francés que argelino, es largo de explicar y no viene al caso. En ese año, mi madre decidió escapar con sus tres hijos de mi padre, un arquitecto y artista demasiado desequilibrado para ser bien administrado en un país musulmán –y por lo tanto, recalcitrantemente machista–. Escapamos retornando a Chile, cuestión de la que los hijos nos enteramos en el avión, que hasta allí creíamos era uno más de los que frecuentábamos en los panoramas vacacionales a España o Alemania, donde en los veranos visitábamos a familia y amigos también exiliados.
Desde entonces soy un desarraigado patológicamente sufriente, depresivo endógeno medicado, que cursó en piloto automático su escolaridad en colegios públicos y privados, que en piloto automático estudió arquitectura (por la simple inercia de dos padres arquitectos y tener mano para las artes), que luego estudió urbanismo sólo porque era un programa becable dado mi perfil, que por todos los trastornos que el desarraigo acarreó, fue capturado y se casó en primeras nupcias en piloto automático y mal y que, incluso, 10 años después, se separó en piloto automático.
Sin embargo, de allí salieron tres hijos y con ayuda de psicoterapia formé una nueva familia con una cuarta hija, todo lo cual me moviliza un día tras otro en la lucha contra la inercia.
En materia de artes, aparte de la arquitectura –que abandoné tempranamente gracias a una trayectoria laboral que me aproxima a la sociología y la administración pública– me he desempeñado de manera dispersa y episódica en actuación teatral (semi-montaje de una obra original de Lucía De la Maza sobre uno de los conflictos de Hamlet), creación y producción audiovisual (cortometraje Raíces de Niños, 2020), dibujo y pintura (acrílico en gran y pequeño formato), literatura (cuentos y poemas no publicados, participación en talleres de creación) y, ahora, fotografía o más bien fotomontaje creativo (algo totalmente nuevo para mí).
Mis obras buscan ser sugerentes, tienen en común con mis pinturas que suelen ser semifigurativas, y a través de la sugerencia, la sorpresa y la técnica, buscan ser bellas.
Me veo en el espejo y veo que envejezco. Detrás de ese rostro –con muchas arrugas si hago muecas, con varias si no las hago– hay un montón de tiempo perdido. No es mi culpa. Fueron las circunstancias. Fue la biografía y fue la bioelectroquímica neuronal.
Delante de ese rostro veo proyectos tan intensos como breves: un cortometraje, una exposición de fotomontajes, una obra de teatro, algunos cuadros, escrituras apasionadas y segadas con violencia. Un amor loco fracasado. Como bombas de energía en medio del vacío general.
Todos los días de mi vida pienso en Argelia. Todos los días de mi vida pienso en cómo resolver mi vida para estar en paz. Todos los días de mi vida siento que no estoy en paz.
Tengo el pelo casi completamente negro, alguna cana escasa comienza a aparecer, nunca siento representar los casi cincuenta que –sé– sí represento. El pelo ayuda al autoengaño, la escasísima barba, cierta delgadez también (cada vez menos). Hoy tengo una panza. No la tenía el año pasado o era más discreta.
Creo que mi hermana dijo, viéndome por detrás, que camino igual que mi padre. Raro lo encuentro. ¿Qué tengo que ver yo con ese padre? (Aparte de los trastornos psiquiátricos y las pulsiones artísticas, ¡ja!).
Tengo los ojos cafés, alguna vez alguien me dijo que tenía una mirada profunda, yo a veces la veo vacía y llena de tristeza (cuando pienso en el tiempo perdido, en mi paz, en Argelia). Todas las mañanas son difíciles, pero de a poco se me compone el rostro, más cuando he bajado el pelo deformado por el exceso de almohada.
Alguna vez fui muy-muy delgado, se me curvaba la espalda. De pronto fui menos delgado y además estuve mejor del ánimo y la espalda se enderezó, a eso de los 35, después de mi separación matrimonial. Hoy camino recto, aunque a los casi cincuenta, levemente cansado. Ya no puedo fumar porque es como atentar abiertamente contra mi estado físico.
Detrás de la mirada vacía hay una pulsión creadora, que estalla de vez en cuando, algo de contenido hay allí detrás ¿invisible? Fui un niño triste cuando se me rompió la infancia, fui un adulto triste tras esa ruptura. Las psicoterapias ayudan, es cierto, pero el nivel basal de tristeza permanece, sólo que mejor administrado.
Tengo manos grandes y soy cabezón, sé que Alejandro Jodorowsky dijo que manos y cabeza grandes sugerían artista. Será cierto. Pero las habilidades que me ayudan a sobrevivir –las que me pagan el sueldo– son las del razonamiento.
Tengo la piel más bien blanca, mido cerca del metro ochenta, etc., pero salvo darme cierta normalidad, eso qué importa.
Me llamo Luciano, por Luciano Cruz, MIRista de Concepción, ciudad en la que nací y que seguramente nunca debí dejar.
La obra de Luciano Ortiz puede, por un lado, considerarse como el gesto artístico de alguien que explora en busca de un lenguaje que satisfaga sus inquietudes estéticas, emocionales, psicológicas y espirituales. Por otro lado, puede ser el reflejo de esas marcas biográficas que van configurando nuestros discursos y la forma en que miramos el mundo.
Pues bien, todo lo anterior y sus variantes se cruzan una y otra vez en sus piezas visuales, en una combinación que constituye la operación no sólo del autor sino también del observador. Y esto sucede así porque los “modos” que Ortiz ha elegido para el desarrollo de sus obras, justamente se desenvuelven de esa manera: el collage que reúne elementos antes disociados; la intervención de la imagen que se disloca en la repetición de sí misma; la yuxtaposición de escenas y la convergencia de visualidades recogidas desde referentes tanto del mundo análogo como de la virtualidad digital.
Estas imágenes hablan de algo que choca con el presente, algo que se escapa constantemente porque no calza con lo que está deviniendo en el aquí y ahora o porque hay un pasado que no se reconcilia con la manera en la que se dispone el estado de las cosas en la actualidad. Esto no se sabe con certeza: se intuye, se deduce o se deja al azar de una sensación de estar armando un puzle que borra constantemente su modelo de copia. Por esto mismo, estamos hablando de la manifestación de un lenguaje quebrado que busca su sentido en una multisemiosis forzada por el desarraigo. Ahí se ven aparecer esas huellas biográficas: configurando el discurso personal, filtrándose en las dinámicas de producción de sentido, haciendo cuerpo y materialidad de un lugar que se ve como perdido.
Solo podemos hablar aquí en un sentido muy general de que las imágenes se disponen como una secuencia de miradas que parecieran buscar sistematicidad, que parecieran aludir a una suerte de orden… Que parecieran tener una retórica, pero leve, tan leve que también termina confundiéndose con una poética de la imagen.
La ciudad se convierte en la obra de Ortiz en una paleta de posibles interacciones digitalmente alteradas, con iconografías de personas que aluden –tal vez irónicamente- a sujetos que anónimamente pierden su identidad entre el asfalto y las luces. O bien, esas mismas figuras son el referente equívoco de una individualidad que nunca llega, pero en la cual nos instalamos cosificándonos, al mismo tiempo que personificamos las cosas. Esto se ve también cuando los objetos cotidianos son desplazados hacia el simbolismo mediante una repetición insistente, una duplicación del referente real que termina transformado así en un gesto y, por ende, en parte de un código a interpretar. De esta manera, elementos como un simple conjunto de perillas se convierte en una matriz en la que cada uno puede colocar sus propios vectores interpretativos. Y así vemos cómo sigue apareciendo esta operación: interviniendo terrazas, alcantarillas, escaleras de emergencia, arquitectura laica y religiosa, e incluso a su propio hijo.
Aquí está el indicio de una cartografía personal, aun cuando no alude a ningún territorio delimitado, conquistado y menos aún administrado. Evidentemente, en esta obra se sienten las resonancias de otras cartografías propuestas en las artes visuales; sin embargo, aquí se trata de una exploración íntima que comienza a abrir una ruta transida y transitada por su propia semiótica surgida de la experiencia. Una experiencia que lleva las señales del desarraigo y el trauma, pero que al mismo tiempo se acoge a una posible conciliación dentro de las formas sociales (y, por extensión, de las formas estéticas). Aquí la cartografía es, por partes iguales, tanto la búsqueda de un territorio como la imposibilidad del territorio y, por lo mismo, la inestabilidad es parte de lo que se ofrece a los que realmente quieran recorrerla.
* Javier Rojahelis estudió Licenciatura en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Chile y se desempeñó por 10 años como periodista de la sección Actividad Cultural y del suplemento Artes y Letras del diario El Mercurio. Actualmente desarrolla actividades docentes.
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